domingo, 21 septiembre 2025
Por: Luis Fernando Amézquita
Aunque todo parece distinto a las regiones más violentas del país como Córdoba, y otras tabuladas por la Unidad de Víctimas del conflicto, el Huila registra tamaños catastróficos de confrontación y de muerte debido a su tamaño y a sus periferias geográficas. El organismo rector de esta especialidad en el país acaba de decir que son unas 220 mil personas que son atendidas por estas causas, victimizadas, refugiadas en el departamento. Por las fronteras de Cauca, Caquetá y Putumayo llegan con su dolor a cuestas; en sólo Neiva se cuentan 60 mil de ellas, que reciben atención del Estado y conviven con nosotros, aunque la indiferencia frente a su drama es notoria en una sociedad que pese a ser receptora permanente del fenómeno de la guerra y del desplazamiento vive en otra onda, tal vez hedonista y superficial, sin descartar su derechización histórica, su ‘godarria’ e ignorancia –con fama nacional-. Esa característica migratoria sobre el eje huilense –a más de ser la cuna de las antiguas Farc- es un hecho que sus líderes tradicionales tratan de minimizar y de observar de soslayo como si no tuviera que ver con ellos (sectores poderosos del comercio, las comunicaciones y el lucro en materia de bienes y servicios, amén de los políticos, quienes son de la misma casta). Incluso, estos individuos agraciados logran camuflar las cifras sobre las violencias múltiples y tienden un velo a veces en los mismos medios de comunicación que logran controlar con la concentración de las pautas publicitarias y los privilegios de su posesión. La fortuna de los negocios turbios también se convierte en un activo patrimonial relativamente poco investigado, pese a que en la actualidad el gobierno nacional le abre el ojo a sus tentáculos. Más arriba, en el inicio de esta columna, hablamos de Córdoba que encabeza las investigaciones sobre ese particular de las víctimas del conflicto en el país: allí, uno de cada tres cordobeses ha sufrido la violencia. Los resultados de las pesquisas académicas hablan entonces de circunstancias demenciales, estrambóticas, y nos colocan ante los ojos del mundo como una sociedad enferma. No obstante, los sectores responsables del genocidio nacional y de nuestra miseria humana, clasista, fascista, quieren que Colombia permanezca en la tragedia. Cabe señalar que las tecnologías de la información y las comunicaciones facilitan ese statu quo perverso y eterno de acuerdo con su manejo inteligente, a nuestro modo de ver. Este primer cuarto de siglo del tercer milenio transitado requiere un manejo operatorio con bisturí en mano. El 2026 es definitivo sobre la suerte que aguarda al territorio.
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